domingo, 20 de julio de 2014

Vivir en un templo budista



Me levanto, son las seis de la mañana y es la hora de la oración, unos minutos de reflexión, meditación e inspiración que componen la base ideal para empezar bien el día.

Doblo la manta que está en la cama y me coloco el Hǎi Qīng (海 en caracteres chinos) una especie de túnica negra que nos cubre todo el cuerpo y que debemos usar en los cánticos de las mañanas y en las ceremonias de los sábados.

Estoy lista. Bajo con mis compañeros, en silencio y sin correr. Vamos en fila hasta el templo donde el sonido envolvente que proviene de un tambor nos indica que es la hora de entrar.

Los hombres entran por la puerta de la derecha y las mujeres por la de la izquierda mientras que la principal, que está en el centro, está reservada para las monjas.

Tras hacer tres reverencias al Buda en el suelo a modo de respeto cada uno se sienta en su cojín. Las monjas en la primera fila, el resto detrás de ellas.Se inicia el cántico al son de distintos instrumentos litúrgicos. Se crea un ambiente místico, de serenidad y paz.

El Sutra de Diamante es uno de los libros que compone el Sutra, las enseñanzas que Buda predicó durante su vida. Lo abro y aún desconcertada me uno al cántico. Es difícil seguir el ritmo ya que las páginas que intento leer están en mandarín, pero la práctica diaria hizo que me acostumbrase en poco tiempo.

Acabada la media hora nos levantamos, recogemos y mostramos respeto de nuevo al Buda antes de salir.

A diferencia del catolicismo, las ceremonias budistas no tienen como fin conectar solo con un dios sino con uno mismo para cultivar así cuerpo y mente.

Por mi experiencia considero que el budismo es más un estilo de vida que una religión, una rutina diaria, una cultivación constante que implica mirar dentro de uno para sacar lo mejor de sí.

Abandonamos la sala y nos dirigimos al comedor. En fila, bajando las escaleras con cuidado de no pisar el Hǎi Qīng y rectos, con disciplina. Entramos, de nuevo los hombres por la derecha y las mujeres por la izquierda. Hacemos una reverencia al Buda colocado al fondo antes de sentarnos con cuidado y bendecimos la mesa.

Con las palmas de las manos unidas recitamos unos versos de agradecimiento por el esfuerzo de todos los voluntarios. Empieza así: 慈 悲 喜 捨 遍 法 界 (Ci bei xi she pian gajie, en pinjin).

Lo que vendría a significar que el amor, la compasión, la felicidad y la ecuanimidad reinen en el mundo.

Esta práctica permite reflexionar sobre las personas que hacen posible que esa comida llegue al plato, desde el agricultor que lo cultiva, a los intermediarios que lo transportan pasando por los donantes que ayudan financieramente al templo.

La comida es en silencio y sin prisa para así saborear y valorar lo que se está haciendo. Idealmente no se debería pensar para así concentrarse solo en comer, pues comer es un acto de meditación en sí.

En cada comida siempre tenemos dos platos hondos y uno plano. En uno de los boles hay arroz y en el otro sopa. Con el fin de tener en cuenta a todas las personas que han contribuido a que la comida llegue a nuestro plato y por los que no tienen, se ha de comer todo, no desperdiciar nada.

Todo esto utilizando palillos, intentando no hacer ruido y siguiendo un ritual en el que, después de bendecir la mesa, se coloca el arroz a la derecha y la sopa a la izquierda. Si se quiere repetir se hace lo mismo pero a la inversa, colocando los cuencos en su lugar inicial.

Al terminar también se hace cruzando los cuencos y se coloca al filo de la mesa, esperando así a que todo el mundo acabe. En silencio nos vamos a las habitaciones.

Me paso la mano por la cabeza para así encontrar que no tengo ni un pelo. Miles de momentos me vienen a la mente.

El viento de la mañana refresca cada parte de mi cabeza y de mi ser.

Los monásticos budistas se rapan prácticamente casi todas las semanas, un ritual que sirve para recordarles que no deben depender de los elementos materiales para ser dichosos. La felicidad real se encuentra dentro de uno mismo y es algo que debe cultivarse con paciencia y rutina.

En la primera semana de estar en el templo budista Mabuhay en Manila (Filipinas) rodeada de monjas de la ordenanza Fo Guang Shan ya me pregunté la razón.

Curiosa les pregunté el porqué de despojarse del pelo cuando se ordenan y la respuesta me inspiró. Y así hice, me despoje de todo lo malo que mi pelo había acumulado. Me sentí liberada.

La sabiduría asiática se abría ante mí. Allí estaba, en un país católico, herencia de su pasado español pero a su vez viviendo en un templo budista de una orden china. Así es Asia, cuna de sabiduría, tierra del yin y del yan, amalgama de distintas religiones e idiomas.

La meditación juega un papel muy importante en la vida budista. Meditar implica estar presente, ser consciente de tu propia respiración. Además, ayuda a conocerse a uno mismo y a conectar cuerpo y mente. No es algo que se pueda aprender en dos días, se necesita dedicación, entrega y constancia. Hay varios tipos de meditación y uno puede probar varios hasta dar con el que más beneficios le aporte o el que se ajuste a su forma de ser.

La postura es muy importante, mantenerse erguido permite que el flujo de la energía que tenemos en todas las partes del cuerpo circule mejor. Por ello ayuda a combatir lesiones, dolores y previene enfermedades si se practica con regularidad.

Pero no todo es meditar en el budismo.

Ser compasivo es la mejor forma de llevar la ideología budista a la vida diaria. Ser voluntario, ayudar a los demás y hacer que la vida sea más fácil son claros ejemplos.

En un templo todo el mundo es voluntario, las tareas diarias se llevan a cabo en comunidad. Hay quienes reparten la comida tres veces al día y otros que limpian las zonas comunes. Todo esto te permite sentirte parte de algo, de una comunidad que lucha por la paz. Los monásticos dedican su vida plenamente a cultivar su sabiduría y compasión.

También hay estudiantes que deciden dedicar varios años de su vida a contemplar y a estudiar las enseñanzas budistas.

Digamos que es como lo que un seminario es para los católicos. Uno después puede decidir ordenarse o no.


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