jueves, 28 de agosto de 2014

Cómo descubrir el color de tu aura


Por todos es sabido que nuestro mundo interior es todo un misterio hasta para nosotros mismos. Pero sí se puede descubrir el color de tu aura para que te conozcas un poco mejor.

El aura es un campo de energía que desprende nuestro cuerpo y se encuentra a nuestro alrededor en forma de óvalo. Está formado por varias capas, cada una de un color, y es el color dominante el que nos define como seres espirituales, aunque la combinación de colores va cambiando a lo largo de nuestra vida según las circunstancias.

Respecto a la existencia del aura, muchos científicos han visto que nuestras células desprenden emisiones electromagnéticas, y son las que se han asociado con el aura, y es por medio de ellas por las que podemos conocer nuestro estado de salud y emocional interior. También se dice que esas radicaciones están conectadas con el alma, y es esa la vía que nos comunica el estado interior. Por otro lado, existe la teoría de que no es más que una mera superstición, y que esas radiaciones no tienen significado espiritual. Todo dependerá de cómo lo interpretemos y el uso que querramos darle en nuestra vida.

CÓMO CONOCER EL COLOR DE NUESTRO AURA

Percibir el color de nuestro aura, o el de otras personas, no es una tarea fácil. Hay diversas técnicas, que requieren mucha paciencia y constancia, como la técnica del péndulo o la meditación, pero aquí vamos a explicar un ejercicio para verlo en nuestra mano con nuestra visión periférica, que es la más utilizada, ya que las manos acumulan mucha energía. Hay que tener en cuenta que se necesitan varias sesiones para poder ver el aura, así que hay que tomarlo como un objetivo a mediano plazo.

Primero, vamos a realizar durante varios días un ejercicio de preparación, que si bien de esa manera no veremos aún el aura, sí que sentiremos la energía que desprende. Lo haremos en un lugar tranquilo, donde no tengamos distracciones, y nos sentaremos en un lugar cómodo. Cerraremos los ojos y respiraremos profundamente, aspirando por la nariz y expulsando el aire por la boca, de forma pausada y repitiéndolo 10 veces. Mientras lo hagamos, nuestra mente estará libre de cualquier pensamiento estresante, y cuando veamos que estamos completamente relajados por esta vía, podemos abrir los ojos y continuar.

Colocamos las manos con las palmas enfrentadas a una distancia de 30 cm una de la otra. Las dejaremos así unos 3 minutos aproximadamente, y después las juntaremos un poco para que estén a 20 cm. Mantenemos otros 3 minutos y las juntamos a 10 cm, y hacemos lo mismo hasta los 5 cm. Notaremos que la temperatura de las mano se eleva ligeramente, y también sentiremos una pequeña presión, es la energía del aura que empezamos a percibir. Repetiremos este ejercicio todos los días hasta que notemos claramente estos cambios, y podremos pasar a la siguiente fase.

Utilizaremos una cartulina de color blanco y otra de color negro. Colocamos una de las manos, la que elijamos, a unos 10-30-cm encima de una de las cartulinas, también la que prefiramos. Lo que haremos será fijar nuestra vista en un punto concreto de la mano, por ejemplo el nudillo del dedo corazón, que es el punto central. Aunque nuestra vista permanezca fija ahí, como si quisiéramos mirar a través de la mano, pero atenderemos nuestra visión periférica, es decir, lo que vemos alrededor de ese punto central, concretamente el contorno de la mano. Es algo complicado porque no estamos acostumbrados a ello, y puede llegar a marearnos un poco, así que el primer día lo haremos solamente durante 2 minutos: 1 minuto miraremos para la primera cartulina, después reposaremos unos segundos, y después haremos otro minuto con la cartulina del otro color.

Repetiremos este ejercicio todos los días, y a medida que nos sintamos cómodos podemos aumentar un poco el tiempo de exposición, pero nunca sin excedernos porque podemos dañar la vista y no queremos hacerlo. Seguiremos practicando hasta que seamos capaces de ver los colores del aura, principalmente veremos uno, que es el dominante. La capacidad para ver antes o después el aura depende de cada persona, incluso las hay que no son capaces de verla. Pero sí que podemos sentir su energía realizando el ejercicio que explicábamos previamente, lo cual nos ayudará a sentir un estado de relajación y bienestar muy reconfortante.

¿QUÉ ME APORTA VER EL COLOR DE MI AURA?

El camino para hallar el color de la energía que desprende nuestro cuerpo tiene ventajas en dos direcciones: el fin y los medios. ¿Qué quiere decir esto? Por un lado, cuando realizamos los ejercicios de sentimiento y visión del aura, entramos en un estado de paz y relajación que nos beneficia en otras áreas de nuestra vida.

Tomarnos unos minutos al día para sentir la energía del aura, esto nos ayuda a prepararnos para afrontar otras situaciones cotidianas, ya que supone una especie de recarga mental de la que saldremos bien fortalecidos. También ocurre cuando estamos buscando el color del aura, pues además de ejercitar nuestra capacidad de concentración, el mantener la mente en blanco nos libera de esos factores estresantes y malas emociones que nos bloquean en el día a día.

Por otro lado, una vez que hayamos alcanzado el fin de ver el color de nuestro aura, podremos consultar qué significado tiene ese color dominante. Esto nos ayudará a conocernos mejor a nosotros mismos, así, en aquellos momentos donde no tengamos claros nuestros sentimientos o motivaciones en la vida, podemos intentar aclarar por esta vía. También nos ayudará a cambiar aquello que no esté bien, por ejemplo, si vemos que nuestros colores son oscuros, es que hay algo bloqueándonos. Puede que sea esa situación que nos está agobiando, o quizá seamos nosotros mismos, que no estamos comportándonos correctamente.

Tendremos, entonces, que identificar esos elementos negativos de nuestra vida e iniciar un plan de acción para modificarlos o eliminarlos. La limpieza del aura se realiza desde nuestros actos, pues los efectos serán más estables en el tiempo. Veamos un ejemplo: quizá últimamente estemos siendo muy ariscos con las personas de nuestro alrededor. ¿Qué tal dedicarles una sonrisa y tratar de ser amables? Ya verás cómo tu aura empieza a cambiar a un color más claro.

domingo, 24 de agosto de 2014

Buscando la perfección a través del Qi Gong

Desde hace 27 años Patricia y yo venimos a ayunar cada verano en una clínica de Marbella. Lo hicimos la primera vez por una amiga que hablaba con tanto entusiasmo de la experiencia que nos picó la curiosidad. Nos gustó y no podríamos ya privarnos de estas tres semanas de agua, ejercicios, natación, caminatas y sopitas. Algo bueno debe tener el ayuno cuando su práctica forma parte de la historia de todas las religiones occidentales y orientales. Pero, tal vez, asociarlo estrechamente a lo espiritual lo recorte demasiado y lo desnaturalice. Si se trata de entender o buscar los trances de los místicos, mejor leer a Santa Teresa de Ávila y a San Juan de la Cruz que venir a la Clínica Buchinger.

En mi caso, el ayuno tiene por finalidad desagraviar a mi pobre cuerpo de las duras servidumbres a que lo someto el resto del año, con los viajes, jornadas de trabajo exageradas, compromisos sociales –los horribles cocteles- y culturales, así como las demás tensiones, preocupaciones, sobresaltos y desvelos de la vida cotidiana. Aquí me acuesto temprano y me levanto al alba, dedico todas las mañanas al deporte y las tardes a escribir y a leer. Mientras uno ayuna la concentración y la memoria se debilitan, pero, aún así, en la paz de estos suaves atardeceres, a la sombra de la misteriosa mole de La Concha, la montaña a la que Marbella debe su clima privilegiado y la belleza de sus jardines, he escrito siempre con más felicidad que en cualquier otra parte.

Perder los kilos que a uno le fastidian es una de las buenas consecuencias del ayuno, pero de ninguna manera la más importante. La principal, me parece, es la sensación de limpieza y la ecuanimidad que suele alcanzar quien priva a su cuerpo de alimento y de este modo lo induce a alimentarse de aquello que le sobra. Para que ello ocurra el ayuno solo no basta; es preciso una intensa actividad física que estimule aquel proceso. Aquí hay ejercicios para todos los gustos, pilates, aeróbicos, montañismo, variedades de yoga. Si yo tengo que elegir una sola de esas actividades, me quedo con el Qi Gong.

No lo he estudiado y, la verdad, no tengo mucho interés en averiguar su tradición y su filosofía pues me temo que, si me aventuro a rastrear ese aspecto teórico del Qi Gong, me encontraré con una de esas mucilaginosas retóricas bobaliconas y seudo religiosas con que suelen auto dignificarse las artes marciales. Me basta saber que es una práctica china milenaria, que en algún momento remoto se independizó del tronco común del Tai Chi y que, además de ser exactamente lo contrario de un «arte marcial», de algún modo difícil de explicar, pero evidente para quien lo ejercita cada día, tiene íntimamente que ver con el sosiego individual y, como proyección máxima, con la civilización y la paz.

Hay que tener mucha paciencia y confianza al principio para dejarse seducir por esos movimientos tan lentos y espaciados que, al novato, no le parecen de entrada más que una forma distinta de respirar a la que está acostumbrado. Mi mujer, por ejemplo, la impaciencia y el dinamismo encarnados, se aburría tanto en las sesiones que lo abandonó por otros deportes más belicosos. Pero esa infinita lentitud con que uno mueve los brazos y las piernas, el torso y la cabeza y va pasando de una a otra de las posturas del Qi Gong es precisamente una de las técnicas de que este arte se vale para conseguir que el practicante vaya eliminando esas tensiones instintivas y efervescentes que son la raíz de las violencias humanas. Se trata, como en cualquier otro empeño creativo, de buscar la perfección.

Por eso conviene hacerlo frente a un espejo. Allí la imagen nos revela que, por más esfuerzo que pongamos a fin de alcanzar la armonía, la elegancia, el equilibrio y la belleza de un movimiento sin tacha, siempre nos quedaremos por debajo del ideal. Y también que, para acercarse a él y tratar de conseguirlo, la concentración mental es tan importante como la destreza física. Esta es una manera muy concreta y al alcance de cualquiera de descubrir un principio fundamental: que la forma crea el contenido no solo en el dominio de las artes y las letras sino también en la vida rutinaria de las personas y que todo aquello que se emprende con la serenidad y la perfección coreográfica de las posturas del Qi Gong constituye una forma sutil de belleza.

Digan lo que digan, las artes marciales no son inocentes: quieren aprovechar lo que hay de primitivo y bestial en el ser humano para convertirlo en una máquina de matar, perfeccionar su innata violencia en bruto en una fuerza destructiva organizada capaz de aniquilar al adversario, así como, de un solo golpe, el brazo musculoso del maestro puede partir en dos una pila de ladrillos. El Qi Gong, en cambio, quiere liberarlo de esa agresividad congénita y hacerlo descubrir que la vida podría ser mejor si, a la vez que descargamos la ferocidad que nos habita, cada una de nuestras acciones es realizada con la delicadeza y la calma con que ejecutamos los movimientos que conforman su práctica.

Esos movimientos tienen, todos, bellas metáforas que los describen. Apartar las manos es “separar las aguas”, empinarse con los brazos en alto y los pies bien asentados en el suelo “sujetar la tierra y el cielo para que no vayan a chocar”, pasar las manos de arriba abajo frente al cuerpo “bañarse con la lluvia”, girar sobre sí mismo convertirse en “un árbol mecido por el viento”, o, bien quietos, el organismo invadido por una tierna tibieza, “sentir” la columna vertebral, los latidos del corazón, el fluir de la sangre. Gracias a esa quieta danza, el aire que respiramos no sólo llega a los pulmones sino circula por todo nuestro cuerpo de la cabeza a los pies.

Una sesión completa de Qi Gong no dura más de media hora y está al alcance de todas las edades y todas las condiciones físicas, aun las más estropeadas. Al terminar se siente una extraordinaria placidez física y mental, como si el maltratado cuerpo nos agradeciera haberle dedicado, en ese breve espacio de tiempo, tanta atención, tanto cariño respetuoso. No conozco mejor remedio para el mal humor o la desmoralización, los nervios rotos o los arrebatos de furia, esos estados de ánimo en los que la vida parece no tener sentido ni justificación. Curiosamente, de una sesión de Qi Gong tampoco salimos exaltados y bailando de alegría, sino tranquilos, mejor dispuestos, más equilibrados para enfrentar lo que venga, y, también, más conscientes de que la vida, pese a lo que hay en ella de incomprensible y doloroso, es la más hermosa aventura.

Ese es, en último término, el camino de la paz y la civilización: embridar a la bestia despiadada, ávida de deseos –algunos elevados y otros sanguinarios, como explicaron Freud y Bataille-, que también arrastramos dentro y que, cuando escapa de los barrotes en que la civilización y la cultura la mantienen sujeta, provoca los cataclismos de que está jalonado el acontecer humano.

Mi primer maestro de Qi Gong fue un médico cubano que lo había aprendido en China y que pasaba todas sus vacaciones allá, perfeccionando su técnica. La segunda es Jeannete, una joven alemana, tan grácil y flexible que, en el curso de las sesiones, me parece, en medio de los giros y evoluciones, siempre a punto de levitar o desaparecer. Acompaña las prácticas con una música china discreta, lánguida y repetitiva, y su voz va, más que ordenando, persuadiendo a los neófitos que se abandonen al absorbente ritual en pos de salud, belleza y serenidad.

A mí me ha convencido. Al extremo de que me atrevo a soñar que si los miles de millones de bípedos de este planeta dedicaran cada mañana media hora a hacer Qi Gong habría acaso menos guerras, miseria y sufrimientos y colectividades más sensibles a la razón que a la pasión que –ya no es imposible- podría terminar despoblándolo (Marbella, agosto de 2014)

miércoles, 6 de agosto de 2014

Una terapia que libera

Ejercicios, métodos y técnicas para ejercitar el cuerpo existen muchos, pero para quienes quieran relajarse y sentirse libres, la terapia corporal liberadora se presenta como la alternativa ideal.

El cuerpo como principal recurso. Según la psicoterapeuta, Susanne Hansen, la terapia corporal es un medio maravilloso por el que se aprovecha al cuerpo como puerta para el desarrollo espiritual y medio del autoconocimiento.

Liberación. Este método tiene dos objetivos: el primero es entrar en contacto con el cuerpo por medio de las sensaciones, sensualidad, sexualidad, ritmo, movimiento y funcionamiento. A través de ese contacto, se tomará conciencia del cuerpo propio y así aprender a relacionarse y comunicarse de manera consciente en el día a día.

El segundo, es descubrir los patrones mentales, aquellas creencias limitantes y formas de relacionarse con la vida.

Descubrirse nuevamente. La terapia corporal liberadora permite ir más allá de las limitaciones propias y de tabúes físicos-corporales. “Con este método las personas se descubren y amplían de manera notable su posibilidad de expresarse debido a que devuelven al cuerpo su libre movimiento”, dijo Hansen.

El ejercitamiento. En este sentido el trabajo que se realiza es muy amplio, pero básicamente se inicia con una toma de conciencia de cada parte del cuerpo y de su estado del momento, estiramiento y ejercicios de respiración. La persona aprende a expresarse desde el cuerpo mismo, los ejercicios permiten que los movimientos surjan y puedan influir de manera espontánea. Para concluir, esta terapia “desinhibe, libera y por lo tanto crea un cuerpo cada vez más libre y una expresión como ser humano”, explicó la especialista. Potenciar queda ubicado en la avenida Alemana, calle 10, Nro. 3185 o puede escribir a susannehansen271@hotmail.com